Por Germán Vargas Farías
“La guerra se ha propuesto joderme la vida y no se cansa de hacerlo” decía una mujer colombiana de la Costa Caribe, y no le faltaba razón para la tristeza, más el cansancio y la rabia que sentía, todo lo cual le ha lastimado profundamente.
Como ella, millones de colombianas y colombianos se han sentido aliviados y esperanzados por el anuncio de un acuerdo sobre justicia transicional entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc, hace una semana exactamente, que pondría fin a la guerra más prolongada de Colombia y de toda América, la que ha provocado 220,000 muertes entre 1958 y el 2012, según el informe “Basta Ya. Memorias de guerra y dignidad” elaborado por el Grupo de Memoria Histórica y el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Hartos de escombros y de sombras, el acuerdo dado a conocer en La Habana por el presidente Juan Manuel Santos y el máximo líder de la guerrilla, Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, es para colombianos y colombianas la buena nueva anhelada, y un paso decisivo hacia la paz en un proceso que parece ser, ojalá, irreversible.
Tuve el gusto de estar en Bogotá el mismo día del anuncio, como participante en el IX Encuentro Regional de la Red Latinoamericana de Sitios de Memoria, y en ese marco escuchar con satisfacción los discursos del presidente Santos y el comandante general de la guerrilla.
Como los colombianos y latinoamericanos presentes en la reunión, me alegré por la anunciada decisión de crear una jurisdicción especial para la paz que respetará los principios del derecho internacional y buscará satisfacer los derechos de las víctimas. Como lo expresara el presidente Santos en su mensaje, “en particular el derecho a la justicia, pero también sus derechos a la verdad, a la reparación y a la no repetición”.
Esa misma noche escuché un programa radial en el que los conductores preguntaban al público su opinión sobre el acuerdo, y cuál era el compromiso de cada persona en relación al mismo. Varias personas llamaron a la radio y las palabras que más pronunciaron fueron esperanza y optimismo.
Me sentí bien escuchando expresiones muy gratas y alentadoras, pero hubo una intervención que me gustó mucho. Fue la de un ciudadano que dijo: “el compromiso de todos los colombianos es creer que la paz es posible”.
Tal vez no entienda cabalmente el sentido de la expresión pero estoy convencido que a muchas de las familias de las 180 mil víctimas civiles del conflicto colombiano, y a millones de otras personas, también les jodieron la esperanza. Volver a creer entre tanto desastre no es fácil, pero sí necesario para evitar que el proceso fracase.
Y creer debiera ser el compromiso de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que amamos la paz, de aquellos y aquellas que queremos se instaure sin esquivar la justicia. Y todo buen y toda buena creyente sabe que no basta con creer que es posible. Es preciso por eso acompañar al pueblo de Colombia en este tiempo decisivo, haciendo todo lo que haga falta para que, efectivamente, la paz sea posible.