Las elecciones regionales y municipales pasadas, así como los resultados, han demostrado el escaso interés y responsabilidad de los ciudadanos por los asuntos públicos. Así, en una sociedad carente de organizaciones sociales y políticas fortalecidas, cualquier organización precaria y la confluencia de intereses ajenos a la función pública tienen el espacio abierto para ganar. Lo demostraron Wilfredo Oscorima y Hugo Aedo (junto a sus consejeros y regidores).
Pero ese resultado no solo es fruto de las personas, de los votantes; sino, sobre todo, de aquellos que juegan a la política y ven la política como un trampolín para generar condiciones personales de cambio; ambiciones de poder que comprometen el futuro de miles de personas sin importar lo que pase después.
He visto, al igual que muchos de ustedes, a políticos “tradicionales”, figuras públicas y referentes de sectores sociales (demócratas, defensores de la institucionalidad), silenciar su voz ante este escenario que hoy lamentamos. Y más allá del silencio, defender lo indefendible, defender aquello que a todas luces significaba la continuidad de un gobierno bañado en corrupción. Entonces, advertí sobre la fragilidad y precariedad de estas “alianzas”; alianzas cuyo punto de encuentro fue el dinero, dinero que permitiría sostener una campaña electoral.
No ha pasado ni un año de esta gestión y los resultados son más que evidentes: la “alianza” ha llegado a su fin y ahora cada uno trata de salvar su puesto. Algunos, aferrándose a un cargo; otros, manteniendo lealtades personales y también hay quienes han renunciado y critican a la gestión y bancada a la que pertenecen. A ellos les pregunto: ¿Qué pasó? ¿Recién se dieron cuenta? Varios de estos desertores fueron advertidos a tiempo, pero la ceguera por el micropoder les impidió ver lo evidente.
Hasta la fecha, ninguno de estos dirigentes o referentes hizo un mea culpa; ninguno tiene la suficiente valentía para reconocer que se equivocaron, que fueron ganados por sus ambiciones personales; mas por el contrario tratan de pasar desapercibos y evitar el reflejo de sus acciones y la inconsecuencia a sus ideales.
El 2016 inicia una nueva etapa, esta vez de mayor responsabilidad, las elecciones nacionales. Pero tal parece que quienes no lograron hacerse del poder local y regional, hoy intentan los mismos esfuerzos ciegos, con la misma sed de poder y el insostenible discurso de un cambio radical en grupos políticos que no tienen ninguna propuesta o plan de gobierno sostenible pero sí los recursos económicos para mantener una campaña electoral. A ellos les pregunto si acaso su candidato presidencial tiene un equipo de campaña sólido, un plan de gobierno creíble y estructurado o si acaso en ellos hay una reserva moral que lo lleve a representarnos. Por el momento ninguno cumple con estos requisitos.
Como ciudadano, denuncio estos hechos porque los efectos de estas decisiones no acabaron el día de las elecciones y tampoco acabarán luego de cuatro años de gestión; las secuelas las llevaremos sobre nuestros hombros cuanto menos 10 o 15 años. Tener una educación precaria o una desnutrición crónica infantil no se acaba con la renuncia o fuga de un gobernador regional; el caos de la ciudad no terminará cuando culmine el cargo del Alcalde Aedo; la crisis del país no termina en cinco años; por el contrario, es la herencia que nos dejarán para la posteridad.
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