Politólogo Lincoln Onofre.
Hace una semana el gremio de transportistas de Ayacucho envió una carta a la autoridad municipal en la que evidenciaban su malestar porque las obras perjudicaban sus intereses, es más, cuantificaron las pérdidas generadas por el retraso de la culminación del proyecto de drenaje pluvial (4 millones de soles en once meses). Este hecho me recordó a la historia del huevo y la pizza.
Imaginemos a un niño comiendo un huevo cocido y luego comiendo una pizza. En el primer caso lo que observamos es que el niño terminará la clara para disfrutar la yema (que concentra el sabor de este alimento) o, quizá se resista a comer sólo la clara. En cambio, si el niño come una pizza, la disfrutará en todo momento porque los ingredientes están distribuidos en toda la masa.
Del mismo modo, existen ciudades concebidas como un huevo o como una pizza. La nuestra, por ejemplo, tiene la estructura del huevo, pues las mayor cantidad de instituciones públicas y privadas, el comercio, los centros laborales, etc. se encuentran en el centro de la ciudad y obliga a las personas a desplazarse a este lugar saturando los espacios, pues todos quieren estar en la “yema de la ciudad”. Esta centralidad es una oportunidad para quienes -por ejemplo- brindan servicios de transporte, pero al mismo tiempo se convierte en su debilidad, todas las líneas necesitan acercarse al centro y si alguna obra alterna se ejecuta, los impacta de manera negativa.
Desde que tengo uso de razón, la plaza ha sido el epicentro de todas las actividades generacionales. En la década de los 80, nuestros abuelos, que fundaron uno de los primeros comités de taxi, se reunían todas las mañanas frente al ex Banco Popular, hoy una de las sedes administrativas de la universidad. Quienes estudiábamos en los alrededores, tomamos la plaza para establecer relaciones con nuestros pares, ahí nacieron los primeros amores (y desamores) de colegio. Los festejos (y decepciones ) del examen de admisión se realiza -hasta hoy- en este mismo lugar. El local central de la universidad obligaba a que las reuniones de estudio y fiestas de fin de semana sucedan en los alrededores de la plaza; las manifestaciones y protestas recorren el mismo cuadrante, al igual que las festividades religiosas, entierros y festividades locales y nacionales. Ya ni contar los trámites municipales, administrativos, judiciales, financieros, el comercio, etc.
Sin embargo, el traslado de las aulas a la ciudad universitaria, del Ministerio Público al sur de la ciudad o la construcción del terminal terrestre en los bordes de la ciudad -por citar unos ejemplos- reflejan los primeros indicios de las bondades de una ciudad policéntrica. Por ejemplo, el asfaltado de vías de acceso, nuevas rutas de transporte público, incremento del valor y uso del suelo, nuevas dinámicas comerciales en los alrededores. El reto ahora es ordenar, acondicionar los nuevos centros y esa es una responsabilidad que hasta el día de hoy todas las autoridades de turno evadieron.
Se trata pues de diseñar una ciudad como la pizza, policéntrica o de varios centros, entonces las personas disfrutarían de la ciudad en diversos momentos, la plaza de armas sería un referente y el servicio de transporte dejaría de lado la competencia por los pasajeros e iniciaría la competencia por ofrecer un servicio de calidad.
Requerimos dibujar y formular una imagen de la ciudad, no aquella que solo se limita a la satisfacción de las necesidades básicas, eterna demanda ciudadana y promesa de los candidatos. Necesitamos imaginar una ciudad donde podamos y queramos vivir, esa ciudad sustentable, sostenible, de áreas verdes descentralizadas (que hoy es de 2.2m² por habitante, cuando la Organización Mundial de la Salud considera que debe ser al menos de 10m²); requerimos una ciudad donde el valor del suelo sea equitativo y no se generen las burbujas inmobiliarias que hoy padecemos. Necesitamos una ciudad para todos y no esta ciudad que las autoridades nos dejan