Luis Larrea
Crecimos con la narrativa o el cuento de ser un país diverso en culturas, rico en minerales y qué decir de la diversidad culinaria, la misma que en la actualidad es nuestra bandera nacional, pues no hay turista que se resista a los encantos de la comida peruana. Hace más de 20 años que vivo fuera del Perú y soy testigo de este asombroso cambio. Hace 15 años el referente peruano era Machu Picchu hoy en día lo es la maravillosa comida peruana. Como peruano se siente el orgullo cuando se habla de la comida peruana, de las danzas, las artesanías y la variada música y expresión artística peruana. Ese pecho erguido y frente en alta se desinfla y se agacha la cabeza cuando se habla de política y la discriminación cultural que hoy más que nunca caracteriza a nuestro querido Perú. Somos un país orgulloso de las mezclas y variaciones en la comida y la cultura, pero cuando de política se trata nos sacamos los ojos, nos tratamos de indios, brutos, terrucos, ignorantes. Las canciones populares son sacadas de contexto para acusar de terroristas a quienes las interpretan. Toda expresión artística con matices de reclamo social y vivencial, resulta una amenaza para las clases dominantes. Somos un país que promovemos la diversidad en nuestros estómagos, pero estructuralmente discriminante en el pensamiento y la conducta.
Para nadie es un misterio las desigualdades sociales que fueron y son una constante en nuestra siempre naciente república. Siempre se trata al electorado como un objeto mas no así como sujeto de derechos. Nos hemos acostumbrado al escándalo, los caudillos y la mano dura de vez en cuando. Nunca tuvimos la capacidad de aprovechar la diversidad cultural y social para construir un país inclusivo. Las clases políticas se aprovechan de la pobreza, por eso nunca la van a erradicar, ya que sin pobres no tienen opciones de llegar al poder.
Somos capaces de comer un combinado (mezcla de varios platos) con mucho gusto, al mismo tiempo odiar y despreciar la diversidad de pensamiento. En esta danza perversa de discriminación se erige los medios de comunicación, especialmente los de la capital, para ridiculizar a los provincianos y tratarlos de lo peor. La comicidad también es cómplice de este genocidio cultural y se burla sin límite alguno de los orígenes provincianos. Decir que somos diversos en el estómago pero no en el pensamiento nos reduce a una especie salvaje carente de raciocinio.
La hipocresía de llamar a la unidad pero seguir despreciando y discriminando ha sido una constante de la clase política y los intereses dominantes. Ahora que supuestamente vivimos en democracia y que “gracias” al fujimorismo derrotamos la violencia criminal de los terroristas, liderados por el sanguinario Abimael Guzmán, cualquier grupo político de izquierda que participe en procesos electorales es acusado de terruco . Es curioso y contradictorio ver a la derecha y la extrema derecha que en los 90 buscaba la paz, hoy hace uso del discurso violentista. Si los comunistas en la década del 80 buscaron equivocadamente lograr el poder mediante las armas y la violencia, hoy que lo hacen mediante el voto popular y las simpatías despierta el odio desmesurado de aquellos que disque luchaban por la paz. En este sancochado de ideas y posturas están los que odiaban a muerte al fujimorismo, ahora bajo el discurso de la defensa de la democracia se someten a la voluntad de la hija del dictador, del mismo que los persiguió y eliminó. No cabe duda que un exitoso proceso de colonización logra que el esclavo bese la mano de su patrón.
Somos un país de todos los sabores dentro de una pirámide discriminatoria, donde el capitalino deprecia al provinciano, el provinciano de la capital del departamento al provinciano de los campos de cultivo, el provinciano de los campos de cultivo a los provincianos de las alturas, y así sucesivamente. La colonización española hizo bien su trabajo de implantar en el cerebro del colonizado que éste siempre tiene que mirar abajo y que la única manera de levantar la cabeza es discriminado a los demás por razones económicas, sociales, culturales y política. El sentirse importante ha sido y es una forma de sobrevivir del mediocre, de aquel que por tener una piel más clara se siente superior a los demás. Pero no sólo es el trabajo de la colonización. Si los aventureros colonizadores lograron someter a todo un imperio, es por que dentro de ese imperio hubieron traidores como el célebre Filipillo, aquel traidor que por una cuota de poder facilitó el sometimiento de todo su pueblo. Hoy también existen muchos Filipillos, provincianos que desconocen su origen e insultan a sus coterráneos y hasta asimilan poses de colonizador. Son estos Filipillos los que de seguro inclinarán la balanza electoral en favor que aquellos que los colonizaron, todo a cambio de una migaja que alimente su autoestima de mendigo. El Peru no es un mendigo sentado en un banco de oro, es un mendigo sentando al rededor de una mesa de mil sabores, junto a otros mendigos que intentan envenenarlo. Así como el peor enemigo de los pueblos originarios fue un Filipillo hoy en día el peor enemigo de un peruano es otro peruano.
Somos un país de todos los sabores pero no de todas las sangres.