Raúl Vegas Morales
La intención de María del Carmen Alva de vacar a Pedro Castillo no cejará hasta que exhale su último suspiro en los pasos perdidos, donde ya se alistan las armas para pelear su reemplazo. La elección de la nueva junta directiva que presidirá el congreso para la próxima legislatura será una guerra aparte, son muchos los intereses que se juegan en ese movido poder del estado.
La ambición de Alva por la presidencia de la República, hecha pública, despertó la ambición de todos, si ella no pudo podría ser quien la suceda. Y en ese afán no dudarán en llegar al fratricidio a fin de apuntalar sus ambiciones. El interés no es el servicio al país, no, de ninguna manera, el interés es tomar el poder y coparlo, recordemos que el congreso se puede convertir en una aplanadora si logra tener todo el imperio.
La presidencia de la República es el fin supremo de los aspirantes, desde allí forzar las leyes para que salgan “como por un tubo” según expresión de un fujimorista y cambiar el gobierno Presidencialista establecido en todas las constituciones que en el Perú han sido, por el Parlamentarista. Por ello el interés de revisar el 25% de la Constitución sin llamar a una Asamblea Constituyente. Todo en función al interés de los actuales parlamentarios llegados al poder por esos accidentes políticos que tenemos en el país.
Montesquieu, luego de la Revolución Francesa, sustentó la separación rígida de poderes como principio de la democracia. Esta separación, por razones prácticas fue cambiando por el equilibrio de poderes y los vasos comunicantes entre gobernantes. Democracias avanzadas como la de Estados Unidos adoptaron por el presidencialismo; que sea el presidente el lazo de coordinación. Presidencialismo es la organización política en que el Presidente de la República es también Jefe del Gobierno, sin depender de la confianza del parlamento ya que fue elegido de manera directa. Esa tradición de nuestra democracia es cuestionada por el actual congreso que aspira al poder omnímodo, a una dictadura parlamentaria que se puede convertir en un volcán en erupción.
Dudo que nuestros congresistas estén enterados de la delimitación conceptual del presidencialismo, su acción es más por instintivas ansias de caudillos. El presidente Castillo es el primero de la lista para un fusilamiento político, pero la intención no queda allí. La segunda ráfaga será dedicada a la vicepresidenta Dina Boluarte. Ya sin escollos quien asuma la presidencia del congreso asumiría la presidencia de la República y con un reacomodo en la Constitución o con alguna “interpretación auténtica” se quedaría hasta el 2026. Para ello negociará la permanencia de los congresistas hasta el fin del gobierno.
Antes de la elección de Maricarmen Alva, las bancadas negociaron las futuras presidencias del congreso. Según esa negociación, Alianza Para el Progreso debería asumir la presidencia en la próxima legislatura, sin embargo, la correlación de fuerzas ha cambiado y quién sabe si respeten su pacto no escrito, son varios partidos los que están en la nueva compulsión de fuerzas. Incierto el futuro, lejano en consenso, ausente el interés por el país.