Raúl Vegas Morales
Nuevamente han disparado a nuestro pueblo, otra vez somos víctimas del abuso y prepotencia de quienes buscan la razón en la fuerza de las armas. Vuelven a herir el corazón de Ayacucho. Jóvenes reclamantes asesinados con alevosía por una fuerza sorda que disparaba al cuerpo, a la distancia, con armas de guerra de gran alcance. El reclamo se tiñó de sangre y nos vuelven a tildar de terroristas.
Ayacucho es una tierra de grandes desigualdades dentro de un Perú desigual. La presencia ayacuchana en la agenda nacional obedece fundamentalmente a noticias negativas a partir de los años 80 cuando la violencia desbocada frustró a toda una generación de jóvenes. Muchos de ellos creyeron que con una llamada guerra popular cesaría el olvido y la pobreza, se conquistaría un estado de nueva democracia. Se terminó con una generación de muertos y perseguidos.
Cuando dijeron que se había derrotado al terrorismo el estado se auto condecoró triunfante, se felicitaron en las cúpulas brindando por la paz, pero se olvidaron del origen de la violencia. Y la desigualdad siguió campeando, los olvidados de siempre siguieron olvidados y Ayacucho siguió en el quintil más pobre del Perú con muy escasa competitividad con educación deficiente, déficit en infraestructura, saneamiento básico insuficiente en las áreas rurales, desnutrición y anemia en los niños y otras carencias que no se superan.
Con cada elección, la mayoría se vuelca por quien promete cambios radicales con la esperanza de que el gobierno le dé prioridad al desarrollo. Por eso votó (también) mayoritariamente por Castillo que al final se convirtió en un fiasco. Las movilizaciones y el reclamo son producto de ese hartazgo, de la frustración permanente con un sistema neoliberal que no incluye a las mayorías, en contra de un parlamento que abocado a sus propios intereses nada hace por el desarrollo, se movilizó un pueblo cansado de la política en permanente conflicto.
Que el reclamo degeneró en violencia es evidente, como evidente es que para aplacar esa violencia no hubo más inteligencia que las balas. Se vuelve a tildar de terrorista a todo un pueblo, cuando terroristas son los que ordenaron disparar. Matar al reclamante nunca será una respuesta en democracia, tampoco quemar instituciones se puede considerar reclamo. En las movilizaciones se infiltró la delincuencia siempre al acecho, siempre presente. El vandalismo es injustificable, se tiene que investigar, como se tiene que investigar quién ordenó disparar. Las imágenes no mienten.
La derecha peruana carece de credenciales democráticas, una muestra es Carlos Mesía, ex miembro del Tribunal Constitucional quien sostiene que “al pueblo no se le escucha, al pueblo se le gobierna”. Ese pueblo gobernado muestra ahora su descontento, es hora de que se escuchen sus reclamos y se determine quiénes son los asesinos.