Raúl Vegas Morales
Hay un notorio vacío de poder en el país, la ciudadanía siente que nadie la representa, que no hay piloto al mando, que impera el desgobierno. Con una presidente que desaprueba cerca del 80% de la población y un congreso de un dígito porcentual de aprobación podemos hablar de un gobierno sin legitimidad.
El problema es grave. Cuando hay desgobierno crece la incertidumbre, se desborda la delincuencia, la violencia, la corrupción; todo lo negativo de un país se empieza a empoderar, los delincuentes se vuelven más avezados y las instituciones estatales más ineficientes porque no hay control. Algunas instituciones del estado asumen una autonomía que puede cruzar la línea de lo legal, como en caso de los militares que dispararon cuando los movimientos de diciembre. Hasta ahora no se tiene indicios de quién o quienes ordenaron disparar y quienes dispararon; no hay nombres. Cuando un gobierno no es legítimo ante la sociedad que lo desaprueba se apoya en poderes fácticos para sostenerse, particularmente en el poder económico a favor del cual gobierna, en la prensa afín y en las fuerzas armadas. Hay una coalición de intereses privados amparados en el poder político.
Dina Boluarte asumió la presidencia por una sucesión natural luego del suicidio político de Castillo, pero el gobierno no es de una persona. El partido que la llevó a la vicepresidencia fue Perú Libre, que luego la expulsó de sus filas por infraterna. Al asumir la presidencia de la república estaba sola, sin partido, sin respaldo congresal, sin equipo técnico; su mandato era un medio fácil de copar en la jungla vacía de ideas, pero llena de alimañas, que es la política peruana.
No fue difícil que suban al barco del gobierno todos los polizones que el voto popular había negado, desde el primer ministro hasta las veletas del congreso que vieron en Boluarte una ocasión inmejorable para quedarse en sus curules hasta el 2026, por encima del clamor popular que los repudia. La derecha se empoderó en el gobierno luego de su derrota en las urnas.
Ése gobierno unido con cinta de embalaje, coalición de intereses, es el que está a cargo del país que cada día se vuelve más impredecible. Cuando hay desgobierno prima la incertidumbre, la economía se detiene, la inversión retrocede, el país se convierte en un páramo de nadie, se impone la ley de la selva, del que se cree más fuerte.
Reconstruir la institucionalidad del país será un trabajo arduo para la presente generación. Los jóvenes y las personas honradas deben ingresar a la política para, poco a poco, ir desechando la podredumbre empoderada. Es tiempo de nuevos liderazgos.