Por: José Carlos Palomino García – Sociólogo
En pocos días, conmemoraremos los 200 años de la Batalla de Ayacucho, un acontecimiento que marcó el fin de la dominación española en Iberoamérica y dio inicio a las actuales repúblicas bolivarianas y sanmartinianas. Este hito histórico debiera ser una oportunidad para reflexionar sobre los logros alcanzados como nación, los retos pendientes y el grado de desarrollo que hemos logrado, especialmente en cerrar las brechas de pobreza, desigualdad y discriminación.
Durante el Centenario y el Sesquicentenario de esta gesta, el Perú dejó la valla alta. En 1924, bajo el gobierno de Leguía, se celebró con grandes obras y visitantes ilustres, marcando un hito con la llegada del primer vehículo motorizado a Ayacucho. En 1974, el gobierno militar, impulsado por el auge petrolero en Venezuela, ejecutó importantes proyectos como el aeropuerto Alfredo Mendívil Duarte, el obelisco de Quinua y el estadio Ciudad de Cumaná.
Sin embargo, en el Bicentenario, lejos de aprovechar esta fecha histórica como plataforma para el desarrollo regional y el fortalecimiento de la memoria histórica, hemos visto anuncios vacíos y promesas incumplidas. No hay una obra digna que simbolice los 200 años de la capitulación de los realistas. Lo demás es historia conocida.
¿Qué nos llevó a este triste final? El contexto político y social del país ha sido determinante. La presidenta Dina Boluarte, con una aprobación mínima según encuestas recientes, enfrenta serios cuestionamientos por corrupción y falta de liderazgo, mientras el Congreso protege sus propios intereses. A nivel regional, el gobernador Wilfredo Oscorima ha sido protagonista de múltiples denuncias, inaugurando obras inconclusas y mal hechas, mientras utiliza recursos públicos para su beneficio político.
Este deterioro también ha afectado los Juegos Bolivarianos 2024, que se celebran en Ayacucho con infraestructuras a medio terminar. El estadio Las Américas, con apenas un 36% de avance, y el complejo recreacional Canaán Alto, con un 50%, son muestra de la improvisación y desinterés por convertir este evento deportivo en una vitrina para la región.
Ayacucho, cuna de grandes hitos históricos y culturales, no merece esta desidia. En esta tierra vivió el hombre de Pikimachay, se alzó el imperio Wari, y nacieron figuras como María Parado de Bellido y Andrés Avelino Cáceres. Sin embargo, en lugar de un homenaje digno, el Bicentenario parece reducirse a celebraciones vacías, dejando de lado la memoria y las oportunidades de desarrollo.
El pueblo de Ayacucho no merece una “celebración” reducida a una “borrachera patriotera”, que no honra la memoria de quienes ofrendaron su vida por la libertad. La juventud, frustrada por las condiciones actuales, podría ser conducida hacia festejos vacíos, desconectados del profundo significado de esta gesta histórica.
Lo observado hasta ahora nos deja lecciones importantes: la urgente necesidad de educar a las nuevas generaciones en valores, de elegir a nuestras autoridades con responsabilidad y de no dejarnos llevar por las dádivas ni por la narrativa del “buen gestor” que, en muchos casos, solo encubre actos de corrupción. No podemos seguir construyendo ídolos de barro que se aprovechan de las carencias de un pueblo engañado por un Estado distante e insensible.
La Batalla de Ayacucho nos entregó una nación libre, pero el camino hacia una patria justa y próspera sigue inconcluso. El desafío está en terminar con los caudillismos y exigir líderes comprometidos con el bienestar colectivo. La conmemoración del Bicentenario no puede ser solo un recordatorio de nuestras fallas; debe ser un llamado urgente a transformar nuestra región con visión, organización y justicia social.
El verdadero reto no solo está en recordar nuestra historia, sino en construir un futuro que priorice proyectos estratégicos como:
- El uso de la válvula del gas de Camisea en Chiara.
- La culminación del asfaltado de la vía Los Libertadores.
- Un tren que una Cusco, Apurímac y Ayacucho con la costa.
- La promoción de nuevas rutas turísticas como el Valle del Sondondo y los andenes de Andamarca.