Raúl Vegas Morales
Luego de los sucesos de los últimos meses y ante la actual inestabilidad política, es necesario preguntarnos ¿quién está gobernando el país? Para responder a esa pregunta, que no es simple como aparenta, necesitamos hacer una breve retrospección. El año 2021 ganó las elecciones generales el partido político de izquierda radical Perú Libre, que llevaba como candidato presidencial a Pedro Castillo y como única vicepresidente a Dina Boluarte. Vladimir Cerrón había sido vetado de una vicepresidencia, inhabilitado por sentencia judicial. La mayoría de peruanos votó en contra del sistema implantado con la Constitución de 1993.
La derecha no aceptó el triunfo de la izquierda a la que representaba Castillo, adujo fraude y desconoció la investidura. Grupetes de matones autodenominados “la resistencia” se movilizaban con palos y cadenas agrediendo a quienes con legítimo derecho apoyaban al gobierno, sin que las autoridades encargadas de guardar el orden hicieran nada por detener la agresión. Congresistas de ultraderecha alentaban por el boicot al régimen llegando a exhortar por la muerte del presidente.
La derecha, carente de credenciales democráticas en el país, trazó su hoja de ruta en contra del régimen tratando de vacarlo desde el inicio buscando pretextos, desde los más pueriles como la denuncia por traición a la patria hasta el argumento constitucional de incapacidad moral que en esencia refiere a una eventual locura.
Pedro Castillo resultó un mal gobernante. Con asesores torpes, su gobierno tuvo una línea sinuosa de tal modo que nadie sabía hacia dónde iba. Cierto que tuvo como contraparte un congreso obstruccionista con congresistas básicos en mayoría, que no analizan sino siguen consignas, un mal epidémico en la política nacional.
Ante la tercera moción de vacancia Castillo se desesperó, puso la cuerda golpista alrededor de su cuello y se colgó ante las cámaras de televisión. Fue un suicidio político inédito y de lo más tonto. Como contraparte, el congreso lo vacó y hoy está preso por una intentona infantil que no tenía ninguna posibilidad de éxito y que obviamente no se consumó. Fue así que asumió Dina Boluarte, juramentando con el amarillo de la suerte ante un país desconcertado.
La derecha, regocijada, vio inmejorable la oportunidad de volver a tomar el poder. Ante una presidente sin apoyo político y sin capacidades de estadista puso su logística a disposición: La fuerza mayoritaria en el congreso, sus revejidos cuadros políticos, el apoyo militar y mediático y le compuso el gabinete ministerial.
Cuando comenzaron las movilizaciones en busca del respeto a la voluntad mayoritaria, la derecha respondió con el único argumento en que es ducha y experimentada, la represión desbocada. Dina Boluarte es solo una mascareta de quienes luego de perder las elecciones en las urnas, asumieron el poder y hoy se encuentran gobernando.