Raúl Vegas Morales
Huamanga, la antigua Huamanga que luego de 1824 cambió de nombre a Ayacucho vivió un nuevo aniversario. Nada impactante, ningún acto relevante que la ponga a los ojos del país como la cuna de trovadores y poetas, de artistas cuya cerámica, tallados en piedra de huamanga, tejidos y retablos dan la vuelta al mundo. Fue un aniversario más bien lacónico, quizás por la cercanía de la conmemoración de la Semana Santa que opaca otras celebraciones.
Huamanga vive golpeada por la incapacidad calificada de quienes la gobernaron en las últimas décadas, que con muy pocas excepciones hicieron de esta tierra un olvido permanente. A un año del bicentenario de la batalla de Ayacucho, fiesta de independencia continental, nada de impacto, ni en infraestructura ni en cultura, este fue un aniversario más, un cumpleaños cualquiera, para el olvido.
Nuestra realidad es un destrozo permanente, las calles que se fueron arruinando inexorablemente con los años dan cuenta del abandono, las veredas y pistas rotas, con roturas añejas, muestran cicatrices del tiempo y las pésimas autoridades que la gobernaron. Esta Huamanga a la que cantan señorial, es una ciudad con tránsito colapsado sin que se tenga conocimiento de algún plan de descongestión del centro, vehículos estacionados a doble vera o sobre las veredas, dan cuenta que la autoridad está de vacaciones.
La arquitectura colonial se va reduciendo poco a poco, camino a la plaza mayor, se va depredando sin freno los activos heredados, las antiguas casonas ya no se reconstruyen, ahora se destruyen para cambiarlas por presentaciones de fierro y cemento ajenas al conjunto arquitectónico sin que se conozca ningún plan de restitución. De esa Huamanga de imponentes solares solo queda el recuerdo.
Huamanga, otrora Tierra de Halcones, aspira diariamente el humo de la desidia, sus angostas calles son saturadas por exceso de vehículos de todo tonelaje, con motociclistas desbocados que adelantan por izquierda y derecha a vehículos mayores propiciando accidentes que ya no son noticia; sus habitantes peligran cada vez que cruzan una calle, imposible que los niños transiten solos.
Las principales calles de Huamanga son territorio de mendigos, propios y extranjeros, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, niños y niñas; algunos por necesidad y otros por profesión compiten con parlantes y micrófonos o simplemente con una vasija recaudadora en busca de monedas ante la compasión o indiferencia de los transeúntes. Mientras, la autoridad regional planifica obras monumentales de cientos de millones, pero no albergues para los menos favorecidos.
Se hace urgente un plan multisectorial emergencia que detenga la destrucción permanente del patrimonio histórico y planifique la reconstrucción de lo que queda, esta ciudad histórica no puede ver cómo se van destruyendo sus activos. La autoridad local ha sido elegida para liderar la ciudad, aún tenemos la esperanza de que cumpla.