Este año, el gobernador ha formado parte de diversas noticias mediáticas y no precisamente por una buena gestión o resultados que merezcan ser replicados por otras autoridades regionales. En concreto, me atrevo a decir que se ganó la medalla a la corrupción y a la indiferencia con sus representados, los ciudadanos. Claro, no es su primera medalla en esta categoría; en todas sus gestiones es una condición sine qua non. No olviden que su paso por el penal de Cachiche, previa clandestinidad, forma parte de ese rosario de hechos delictuosos nutridamente probados.
Pero, ¿habrá valido la pena tanta vergüenza pública, tanta exposición en la que se le acusa de traficar intereses bajo la mesa? ¿Fue rentable para esta región ser vistos a nivel nacional como el centro de la corrupción? Para el ciudadano de a pie, uno de los principales problemas de nuestra sociedad es la delincuencia y la corrupción; sin embargo, esta tierra elige y tiene como autoridad a alguien que da vida y personifica ese lastre. Así, el “Wayki” no solo destruye el valor de este término en el espacio andino; la transforma y la denigra al combinar estos nuevos elementos ilegales, espurios; con el mundo real, tratándolos como una parte mundana de la vida cotidiana; esta combinación que -valgan verdades- refleja el tejido cultural, histórico y social de nuestra región.
Cerramos el año con mucho floro, con más palabras que hechos. Con un Bicentenario deslucido desde el gobierno central (y todas esas instituciones que se crearon solo para generar más puestos de trabajo y nada concreto, relevante, a la hora de sacar cuentas); desde el gobierno regional y provincial tratando de capitalizar políticamente obras inconclusas, deficientes, sobrevaloradas y cuestionadas por la propia Contraloría.
Se habla mucho de los millones que este representante del juego bajo la mesa trae supuestamente para este pueblo. Pero las cifras y las comparaciones solo desnudan a una suerte de un criollo andino, un mediocre caracterizado por la pendejada, amparado en una comunidad indulgente que acepta todo lo desdeñable y que le permite ese cinismo (Ubilluz 2006).
Así, el presupuesto institucional de apertura del 2024 asciende a 2 238 millones de soles; situación que lo ubica en el puesto 12 de los gobiernos regionales. Sus movidas con el caso de los Rólex, vestidos y demás dádivas costosas, han valido un incremento de 15.2% (340 millones) en el Presupuesto Institucional Modificado; ubicándose así en el puesto once. Ocho gobiernos regionales han incrementado su presupuesto en cifras mayores y sin tanta exposición vergonzosa. En cuanto a la ejecución presupuestal, el gobierno regional de Ayacucho está en el puesto dieciocho (89.9%); por detrás de regiones como Apurímac (91.6%); Huancavelica (92.3%) o Amazonas (96.5%).
Pero no solo se mide el presupuesto y su ejecución; también es importante advertir los resultados de su gestión. Al respecto, sus propias declaraciones en diversos espacios públicos, entre ellos, la del nueve de diciembre en la Pampa de Ayacucho, evidencian que esta tierra aún mantiene grandes brechas e inequidades. Por ejemplo, en cuanto a la salud y la nutrición; la educación, la seguridad ciudadana, el desarrollo de la agricultura, entre otros. Entonces, ¿A dónde van todo el presupuesto? ¿Cuál es el impacto de sus obras de infraestructura? Una posible respuesta es que (parte de) estos resultados se ven en el mediano y largo plazo; es verdad. Si es así, entonces no olvidemos que el gobernador tiene dos gestiones previas y sucesivas donde estas brechas no solo no mejoraron, sino que, en muchos casos, se agravaron.
Así que, para el 2025, que el gobierno regional de Ayacucho sea la segunda entidad con mayor presupuesto, no es garantía de que las cosas mejoren. No olviden que es el penúltimo año, sin posibilidad de reelección y ya de retirada.
Dicen que una publicación debe culminarse con un «ojalá», seguido de buenas intensiones, de recomendaciones. Con autoridades y funcionarios caracterizados por sus malas mañas, denunciados, cuestionados e investigados por diversas instituciones, ese «ojalá» cae en saco roto.