Por Germán Vargas Farías
“Aprendí que lo más importante para un periodista es su calidad humana, su integridad”, dice Sally Bowen, periodista británica que aprendió el oficio ejerciéndolo en el Perú.
Supongo que fue un aprendizaje doloroso por el periodo en el que desarrolló esta labor: 1988-2008. Dos décadas marcadas por el terror, el envilecimiento de la actividad política y, también, del ejercicio del periodismo.
Existe una percepción generalizada sobre la crisis de liderazgo en nuestra sociedad, pero si aguzamos un poco más los sentidos podríamos coincidir en que ella es igualmente grave en el periodismo. No hay que ser muy avisado para advertir en la prensa escrita, en la radio, televisión, y en medios digitales, la enorme cantidad de periodistas que han abdicado al oficio.
Y no es que hayan renunciado a informar, sino que parecen creer que pueden hacerlo apelando a la bravuconería y al chantaje. Suponen que la audiencia que consiguen significa aprobación, y no es más que resultado del culto al morbo y a la mediocridad que ellos mismos incitaron.
El respeto escrupuloso por la verdad, así como la audacia y sobriedad, algunas de las características del buen periodista, van cayendo en desuso y pareciera que a muy pocos importa. Pero es solo una impresión. Hay periodistas que merecen ser llamados así, y es a aquellos y aquellas a quienes debemos celebrar.
Hacerlo es celebrar la verdad, al fin y al cabo.