Arq. Huber Arce Hernández.
Trabaja en el área de investigación Riva Aguero de la PUCP.
Hace unos días, apareció en la redes sociales una información, que yo creía una noticia trasnochada y sensacionalista, empero, resulto la consumación de un crimen de lesa cultura. En dicho post – al que rápidamente más de un amigo me etiquetó – se resumía los planes para derruir (ni siquiera desmontar) un puente tan tradicional (yo diría que el último de su especie) como el puente de San Sebastián en la ciudad de Huamanga Ayacucho.
Este puente no solo es uno de los más tradicionales de Huamanga y ha sido motivo de inspiración para no una sino muchas generaciones de artistas plásticos, poetas, bohemios y de más pensadores huamanguinos. Además es el último colonial que quedaba en pie sin mayores intervenciones. Es decir, era el último que nos quedaba a la vista de su magnífica arquitectura, de su tectónica pétrea y la estereotomisidad de sus formas curvilíneas y el polvo de sus piedras. El último aliento de una cultura vial antigua, de una memoria urbana, del sabor de una ciudad añeja macerada en poesía y empedrados.
Dejemos, por un instante, la melancolía y la nostalgia y veamos los hechos como dicen los modernos pensadores “con objetividad”. Se arguye que la decisión de esta demolición es aligerar el tráfico (por cierto cada vez más abrumador) del centro histórico huamanguino. La cantidad del flujo – cada vez mayor- y la estreches de las calles obligan a la búsqueda de salidas alternas que desahoguen las atiborradas calles. Pero, ¿nos han explicado por qué hay tanto tráfico? ¿Alguien en la decisión tuvo el tino de preguntarse cuáles son las causas de este tráfico? La respuesta inmediata será la defectuosa infraestructura vial, trasnochada, inapropiada, añeja, poco moderna, de estrechas calles, puentes peatonales, piedras que no resisten el peso de los vehículos, embotellamientos y demás argumentos. Sin embargo, todos estos argumentos no son más que excusas para justificar un crimen premeditado y que deviene inevitablemente de una incapacidad de lectura urbana mayor. Una inexistencia de planes urbanos, de desarrollo urbanístico de un pensamiento provincial (en el sentido de poco informado) y lo que es aún más grave, una total incapacidad de usar dos dedos de frente con sentido común.
¿Cuáles entonces son las causas del tráfico ayacuchano? Seguramente, y ya los avizoro –con nombre y apellido- quienes dirán que mis apreciaciones son descabelladas, absurdas e irreales, pero permítanme simplemente reflexionar en voz alta.
El tráfico no es problema de la estreches de las calles coloniales, e inclusive prehispánicas, sino del uso que les damos. Acaso no fuimos nosotros quienes introdujimos en sus empedrados los autos, acaso no fuimos nosotros los que determinamos el sentido de las calles, los estacionamientos permitidos, las rutas de transporte, las licencias de funcionamiento. Acaso no somos nosotros los que compramos un auto para salir a pasear por el parque con él como hiciéramos antes con la nueva yegua. No son las calles el problema somos nosotros y nuestra cultura “moderna”. El tráfico es nuestro y la calle lo sufre.
Me dirán la gente usa su auto porque lo necesita no puedes vivir en el pasado. La gente efectivamente usa su vehículo para ir al centro, porque todo sigue centralizado. Porque los mismos que defiende la modernización de las calles se empeñan en perdurar un sistema centralizado que no corresponde a una dinámica urbana de redes, de centros desenfocados, de núcleos de desarrollo. Entonces, si todas las instituciones públicas y muchas privadas, funcionan alrededor de la plaza de armas es lógico que todo se centralice, que todo el mundo quiera ir al centro (con su carrito). Podríamos descentralizar, sacar al municipio de la plaza de armas y enviarlo a Ñawinpuquio, enviar al poder judicial a Tambillo y crear más comisarias – en cada distrito- enviar al gobierno regional a Socos, crear mercados nuevos descentralizados y reducir el impacto del mercado central (sería mejor que ya desapareciera como función o que se transforme en un mercado de otra naturaleza). Podríamos crear nuevos focos de desarrollo con la creación de centros comerciales periféricos en Qoriwilca, en Quicapata o en Huatatas. Podríamos crear nuevas áreas de recreación para que la gente no tenga que pasear siempre en la plaza de armas. Podríamos quitarle al centro el germen del tráfico, los equipamientos que lo alimentan.
También podríamos atacar otro de los problemas, el crecimiento vegetativo y exponencial de los vehículos. Por ejemplo, poniendo un impuesto de bien suntuario (impuesto bien caro) para todo aquel que tenga un auto de más de 5 años de antigüedad (si de más de 5 años así de radical), podríamos restringir el acceso al centro histórico de taxis y vehículos particulares que llevan un solo pasajero (el chofer), mediante el uso de peajes carísimos (como en Londres). Si hiciéramos algo de todo esto, el puente de San Sebastián, Tenería (QEPD), Sutuqchaka, y muchos otros no tendrían que pagar los platos rotos.
Podríamos además MODERNIZAR nuestro transporte público para hacerlo ordenado, eficiente, ecológico, acorde y respetuoso con nuestro centro histórico. Podríamos promover el uso de bicicletas y de caminar por las calles. Podríamos promover una cultura vial más consiente y civilizada. Pero no, es más barato y rápido cargarse un inocente puente colonial en pro de una vía que se sabe se congestionara en nada de tiempo.
Lo que más me molesta es que si todo esto le pudiéramos encarar solo a los políticos de turno, podría lamentarme solo de la política. Pero no, esto es consecuencia de un desarrollo de proyecto hecho por profesionales (arquitectos, ingenieros, urbanistas, economistas, etc.) Es decir que esto es con conocimiento de causa. Aquí hay que crucificar no solo a los políticos sino y sobre todo a los responsables de estas barbaridades: profesionales que se prestan a sabiendas de y que prefieren someterse a otros intereses y dejar de lado su ética profesional.
De este proyecto en particular, me enteré hace casi cuatro años atrás, e hice lo que pude para tratar de llamar a la reflexión a quienes tenían esta idea. Todas estas personas que defendían a raja tabla este proyecto aducen la modernidad como valor para avanzar. Una visión de lo moderno de los años 40s absolutamente trasnochado. Pensando en conceptos del CIAM, sin mayor reflexión sobre tendencias contemporáneas de manejos de centros históricos y ya no pido Europa, solo pido que miren ejemplos de ciudades vecinas como Trujillo, Cusco, o Arequipa; si pueden un poquito más Quito, Bogotá, Medellin, Curitiva y si hay algo más de ganas, Londres, New York (si también NewYork), Ámsterdam, y muchas otras. Empero su interés por desmontar piedras es mayor, pareciera que por cada piedra desmontada tuviesen un incentivo casi divino.
Y aún hay más. Todo esto no es sino un conjunción de actos contra el patrimonio sistematizado y recurrente. En los últimos dos años no ha habido un día que a horas de madrugada no vea camiones llevándose desmontes de casas de adobe del centro histórico. La demolición de casonas es pan de cada día. La ejecución de obras cada vez más impropias es el life motive de sus constructores. Como si ser moderno significase tener mal gusto y destruir lo que las generaciones pasadas nos han legado. Lo mismo en nuestros templos, cuantos lienzos se pierden a diario, quien controla las “restauraciones de los retablos”, quien les enseña un mínimo de cultura artística a los presbíteros que las resguardan. Se construyen obras de un impacto negativo tremendo en nuestro centro histórico como los colegios emblemáticos, puntualmente caso San Ramón. Se ejecutan obras de “restauración” de ligera ejecución, como la del Palacio Municipal con las columnas del portal que se inclinan a diario (uno de estos días se vendrá abajo es evidente). Ergo, derruir un pobre puente abandonado a su suerte es una raya más al tigre de la inconciencia y la mediocridad. Denotando la inexistencia de autoridades que velen por el patrimonio.
Por otro lado, están los deseosos de convertir a Huamanga en patrimonio cultural de la humanidad (con ICOMOS y la UNESCO) hacemos charlas, conferencias, artículos y cada día nos alejamos de ese objetivo. Yo casi he perdido la esperanza. Es casi imposible, si seguimos en esta línea de acciones, lograr que seamos patrimonio de la humanidad.
La lista de atentados es más grande todavía, acciones contra el medio ambiente, el río, las quebradas; sin olvidar las invasiones y por supuesto el manejo de desechos. Curiosamente casi todo esto junto se puede observar en San Sebastián.
Perdónenme si me he excedido en esta reflexión, pero quisiera que un día Huamanga pensara en ser una ciudad de las mejores del mundo. Una ciudad que valore su basta y rica historia. Que podamos mostrar lo mejor de nuestra arquitectura patrimonial y que podamos mostrar también grandes aportes de la arquitectura y cultura contemporánea. Es un sueño de opio de repente para una ciudad atrapada en el provincialismo mental de sus gestores.
La caída del puente de San Sebastián (a estas alturas quizá inevitable) no es más que el síntoma de que no logramos pasar aún el viejo puente a la modernidad. No se trata de hacer obras nuevas, sino de pensar las obras que hacemos. Cuidemos nuestro patrimonio, nuestra tradición, quien sabe y ahí se esconda ese futuro añorado. Quizá alguien después haga lo mismo con las obras que ahora hacemos. Quisiera exhortar a mis colegas y amigos a levantarse a manifestarse a no dejar que estas cosas se sigan perpetrando y lo que es más importante a no ser cómplice de las mismas.