Por Germán Vargas Farías
No, no voy a referirme esta vez a la excelente investigación del periodista Pedro Salinas, con la colaboración de Paola Ugaz, plasmada en el libro “Mitad monjes, mitad soldados”, que ha desentrañado las prácticas de abuso sexual, físico y psicológico perpetradas por dirigentes del movimientoSodalicio de Vida Cristiana (SVC), organización católica que, con la anuencia o mutis de algunos altos representantes de la iglesia, logró ocultar durante muchos años su inmundicia.
El asunto es de enorme importancia porque más que revelar las miserias de sujetos como Luis Fernando Figari Rodrigo, fundador del Sodalicio, refleja la perversión de una institución que mientras predicaba santidad e impulsaba compromisos de celibato y obediencia, concedía -con su silencio e indiferencia- licencias para el abuso y el desenfreno.
De estos habla la Biblia cuando se refiere a los hipócritas, que son como un cementerio: paisaje hermoso en la superficie, pero llenos de podredumbre y corrupción debajo.
Ya noté que la introducción resultó más larga de lo que preví, pero lo dejaré allí para desarrollar una reflexión más profunda en otro momento. Quiero ahora ocuparme de un asunto menos sombrío pero también importante.
Se ha dado a conocer un estudio de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), que asevera que hay «evidencia suficiente» de que el consumo de carne procesada causa cáncer colorrectal, mientras que la carne roja «probablemente» también escarcinógena.
La alerta lanzada por la agencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) “probablemente” no disuada a muchos del hábito de consumir carne pero constituye una advertencia responsable que ojalá provoque morigerar su ingesta, prescindiendo de salchichas, embutidos y otros productos que son francamente nocivos.
Me interesa destacar la noticia no solo por mi condición de vegetariano, sino porque creo que es la primera vez que se dice de manera tan categórica y con el rigor científico que casi todos reconocen a la IARC, lo que al menos yo supe hace cuarenta años.
Tan interesante como la apreciación de la IARC son las reacciones que se van conociendo en diversas partes del mundo. Hay quienes dicen que no solo hay que referirnos al valor nutricional de la carne, sino a su valor cultural y emocional. Sugieren que se podría afectar en cierto modo la salud a cambio de gratos momentos -comiendo carne- entre familiares y amigos.
Para una asociación de carniceros de Uruguay el problema radica en las carnes que han sido usadas en la investigación. Informan que no se han hecho estudios con carnes de América Latina. Sugieren que los resultados hubiesen sido diferentes.
Y escucho a un nutricionista decir que tampoco hay que alarmarse tanto, y que cuidado que por miedo a la carne se condene a miles de niños a la desnutrición. Parece sugerir que mejor es morir de cáncer que de hambre.
Argumentos respetables que, sin embargo, sugieren que mejor es dejar las cosas como están, que asumen que cambiar la rutina puede significar rupturas y otros trances dolorosos, que no se atreven siquiera a imaginar lo que podrían ganar con la revolución de su dieta.
Curiosamente, aquellos que con frecuencia dicen y repiten que la carne es débil, son los que más se la comen.