RAUL VEGAS MORALES
Desde junio del presente año, el gobernador regional se encuentra no habido, prófugo de la justicia por una sentencia a cinco años de prisión efectiva. Sobre su inubicable paradero podemos presentar dos hipótesis: la primera es que la policía lo busca y no lo puede encontrar. En este caso la hipótesis demostraría que la policía peruana es incompetente y que en cinco meses no puede encontrar a un perseguido de la justicia, hombre público y conocido.
La segunda hipótesis es que la policía si sabe dónde se encuentra, que está ubicado pero que no lo detiene por prebendas económicas o por su peso político que se dice llega hasta los primeros niveles del gobierno nacional. En este segundo caso, se demostraría que la policía es manipulable políticamente o que es corrupta en el sentido más prosaico de la palabra, es decir, estirando la mano para recibir una coima.
Existe una tercera posibilidad, aunque más lejana, y es que el requisitoriado haya dejado el país. En ese caso lo habrían dejado escapar.
En ninguno de los tres supuestos la policía queda bien parada, menos cuando la ciudadanía compara la captura de Martín Belaunde en Bolivia o del “sobrino” Gerald Oropeza en Ecuador. Los dos países mostraron resultados en poco tiempo.
Oscorima, mientras fue gobernador, mantenía abierta la mano y se granjeaba buenas relaciones con quienes podían definir su futuro. Es que cada uno carga su propia conciencia y sabe hacia dónde lo llevan sus acciones, y en este caso era a manos de la justicia.
No abrigo ninguna animadversión personal, lo que me duele es el atraso que se ha instalado en Ayacucho con su elección y reelección, el enorme desgobierno regional, nuestros pobrísimos indicadores de desarrollo social como la economía paupérrima de quienes llevan a Ica para gritar por su libertad.
Es duro decirlo, pero ante la ineficiencia en su captura, la policía debería definir si es inútil o es coimera.