Lincoln Onofre. Politólogo
Tras la disolución del parlamento y la convocatoria a nuevas elecciones, se abre un momento de oportunidad, una ventana temporal que pone a prueba nuestro compromiso con la democracia, la institucionalidad y la madurez política que nuestro país reclama. En este nuevo escenario, parece que mientras unos piden grandes transformaciones, otros prometen hacer en año y medio, lo que muy pocos lograron en periodos más prolongados.
¿Cómo van los partidos políticos? ¿Cuál es la oferta de candidatos al legislativo? ¿Cuánto hemos aprendido los electores?
Más allá de la situación de los partidos políticos, se sabe que en esta contienda podrán participar más de una veintena de partidos que cuentan con inscripción. Sin embargo, muchas de ellas han estado inactivas; otras, pocas, han iniciado escuelas de formación política y sus nuevos cuadros aún se encuentran en periodo embrionario; existen también aquellos que tienen presencia sólo en algunas regiones o ciudades capitales, por tanto, se verán obligados a establecer alianzas con movimientos regionales y específicamente con personas que, por alguna razón, tienen caudal electoral o los recursos para sostener una campaña. De otro lado, muchos partidos políticos confían en dar la talla en esta contienda electoral. ¿Qué sucederá con esa confianza tras los resultados electorales del 26 de enero próximo? La alianza APRA – PPC del 2016 nos da un claro ejemplo.
Antes de la disolución del parlamento, los padres de la patria se caracterizaban por haber mentido en sus hojas de vida u omitido involuntariamente información relevante; el endose de votos a agendas de sectores privados o particulares, llegando incluso al extremo de dar la espalda a todo un país para complacer los caprichos de quien no supo admitir o reconocer una derrota electoral. En este nuevo escenario y, sobre lo descrito en el párrafo anterior, pareciera que la oferta electoral no es la que se esperaba, la que se demandaba, la que se soñaba, ni la que se prometía en las semanas previas al cierre del congreso; tal parece que no hay una agenda país desde los partidos políticos y sus candidatos para el año y cuatro meses de gobierno.
Si bien no será mucho lo que se pueda hacer en un periodo tan corto, sobre este nuevo congreso recaerán responsabilidades trascendentales que parecen no advertir los candidatos. Por ejemplo, la elección de los magistrados del Tribunal Constitucional, las reformas políticas (entre ellas la de los partidos políticos, el sistema electoral, la inmunidad parlamentaria, etc.), el presupuesto nacional 2021, entre otros. En ese escenario, no hay tiempo para aprender o conocer. En consecuencia, requerimos de personas mínimamente experimentadas, conocedores de la función legislativa, del juego político, que contribuyan con este periodo de transición; pero ellos, pacientes, esperarán la siguiente elección, más prolongada. ¿Qué nos queda en el menú de candidatos? Hay quienes anuncian a candidatos muy jóvenes y otros a quienes, encontrándose en el ocaso de sus vidas políticas, pueden postular porque ya nada tienen que perder.
Por la lista de pre-candidatos que circulan en las redes, pareciera que en estas elecciones habrá más de lo mismo con un toque “rejuvenecedor”, un poco de oxígeno para una agonía anunciada. Un parlamento que al parecer, no tendrá una mayoría intransigente, obstruccionista como la del fujiaprismo; pero sí, probablemente, un congreso tan fragmentado que dificultará un trabajo concertado o una agenda nacional que promueva una negociación positiva. Así, llegamos al mismo problema, el obstruccionismo, solo que esta vez, desde las minorías parlamentarias. Ojalá que no.
¿Y el electorado?
Existe un sentimiento (o quizá una necesidad) superior, colectivo, positivo, de querer cambiar el escenario, de avanzar. Existe también una demanda por tener representantes que estén a la altura de las circunstancias; algunos quizá identificados; pero al mismo tiempo, en muchos casos se evidencia el desencuentro, la fricción y la negociación entre la oferta (candidatos), la demanda (electorado) y la plataforma (los partidos políticos).
Ese sentimiento colectivo nos lleva a construir un candidato ideal; sea por los grados o títulos logrados; por los valores y cualidades morales; por la capacidad de liderazgo o de concertación. Sin embargo, mientras más nos aproximamos al día de las elecciones, por alguna causa incomprendida, este ideal es desplazado por otras preferencias banales y retornamos al populismo, al clientelaje envueltos en víveres, juguetes o promesas que escapan a la función legislativa pero que empalaga a los oídos del electorado y que juegan con las necesidades de los menos.
Tras los resultados electorales y la evaluación de la gestión, volveremos al espiral de la desilusión por la política, lo político; luego, las protestas, nuevas promesas, nuevas elecciones y el autoconsuelo de un “para la próxima será”.