Por Germán Vargas Farías
Recibo la invitación de una amiga para que indique que me gusta una página en Facebook, y le digo que no. No me gusta que su nombre aparezca asociado al de Keiko Fujimori, no me gusta que haya supuesto siquiera que una página como esa me puede agradar, pero –especialmente- no me gusta que una candidata heredera -en todos sus términos- de uno de los gobiernos más depredadores de nuestra historia, atraiga, seduzca, “evangelice”, a gente buena e inocente.
El caso de mi amiga, estoy convencido, dista mucho de otros. Vladimiro Huaroc, por ejemplo. Creo que el caso del pretendido izquierdista, ycandidato a la segunda vicepresidencia por Fuerza Popular, como otros, se explica por el oportunismo y la ambigüedad moral y política que, tratándose de fujimoristas, no sabemos si se trata de una cuestión genética o adquirida.
Lo de mi amiga puede ser un caso de candidez extrema cuyo máximo reproche sería: ya pues, no seas floja, “examínalo todo, quédate con lo bueno”, dice la Biblia; pero no te olvides del versículo que sigue: “evita toda clase de mal, dondequiera lo encuentres”. (1 Tesalonicenses 5:21-23).
Uso el texto bíblico porque se suele argumentar que hubo cosas buenas durante el gobierno fujimorista, soslayando que se trató de un régimen autoritario y criminal que, según Transparencia Internacional, figura entre los diez más corruptos del mundo occidental durante el siglo XX.
Huaroc fue convocado para hacer más verosímil la creencia -que ahora repite- de la renovación del fujimorismo, del deslinde con su pasado, y de un supuesto tránsito por el camino de la rectificación, cuando ha sido la propia Keiko la que ha aclarado que decisiones como la separación de Martha Chávez, Alejandro Aguinaga y Luisa María Cuculiza, de su lista congresal, no constituyen una ruptura con el pasado. La hija del dictador ha dicho que se trata de un compromiso con el futuro del país, pero todo parece indicar que estamos frente a maniobras electoreras dirigidas – ha confesado Chávez- a lograr que Keiko sea presidenta.
Tan cierto como eso es que no ha habido, de parte de Keiko, un deslinde con esa dictadura corrupta mezcla de ladronería con violación de los derechos humanos que, según Francisco Miró Quesada Rada, es el fujimorismo. Y no lo habrá. Un deslinde real, supondría, pedir perdón por los gravísimos daños que nos causaron como país, y dar visibles muestras de contrición que no corresponden al talante fujimorista.
He respondido públicamente a mi amiga que no me gusta su apuesta por el fujimorismo, porque no creo que estemos ante poca cosa. Me preocupa que su mensaje contagie y confunda a otros, y me alarma la posibilidad de escucharle justificar la tortura que el papá de su candidata perpetró contra la mamá de su candidata, sin que su candidata tuviera la más mínima expresión de solidaridad con su madre.
Eso para mí es la evidencia más clara de una persona sin escrúpulos. Si Keiko Fujimori no tuvo compasión por su madre, de llegar a ser presidenta ¿a quién honrará?